sábado, 17 de diciembre de 2011

Diario de un Seductor, Sören Kierkegaard

 Él utilizaba a los individuos sólo para estimularse, y luego los dejaba a un lado, como los árboles se desprenden de las hojas: él se rejuvenecía, las hojas se marchitaban.
Pero, ¿cómo juzgaba todo esto en su interior? Yo pienso que quien lleva a otros al error terminará cayendo en el error. No ha confundido a otros sólo aparentemente, sino en lo más profundo. Indicar a un viajero extraviado un camino equivocado, o sea, dejarle a uno en su error, es una acción muy reprobable, pero nunca se puede comparar con conducirle a uno para que se pierda en sí mismo. Al viajero extraviado le queda, por lo menos, el consuelo del paisaje que cambia continuamente a su alrededor, y en cada recodo le nace la esperanza de encontrar, por fin, un camino de salida, pero quien está perdido en sí mismo no tiene mucho espacio para dar vueltas. 

Comprende rápidamente que se encuentra en un laberinto del que no podrá salir nunca. Pienso que, un día u otro, podrá sucederle a él, pero en su caso será mucho más horrible. No puedo imaginar nada más tortuoso que un talento intrigante que haga perder la orientación y que, cuando la conciencia le despierta, para intentar reorientarle, dirija contra sí mismo toda su agudeza. ¡Su guarida de zorro no tiene muchas salidas! En el mismo instante en que su alma angustiada cree ver llover a través de la luz del día, se da cuenta de que es una nueva entrada y, como fiera aterrada, busca continuamente salidas, pero sólo encuentra entradas que lo llevan a sí mismo.

A un hombre así no siempre habría que llamarlo criminal, porque a menudo le engañan sus propias intrigas y recibe un castigo mucho más terrible que un verdadero delincuente; pues, en realidad, ¿qué es el dolor de la expiación comparado con este delirio consciente? Su castigo tiene un carácter puramente estético, porque hasta el despertar de su conciencia le resulta un término demasiado ético. La conciencia se le aparece tan sólo bajo la forma de un conocimiento superior, que se exterioriza como inquietud y ni siquiera puede decirse que le acuse con toda propiedad, sino que le mantiene despierto y priva de todo descanso a su estéril agitación. Y sin embargo no es un loco, ya que la infinita multiplicidad  de sus pensamientos no se ha petrificado en la eternidad de la locura.

Tampoco la pobre Cordelia encontrará fácilmente la paz. Ella le perdona en lo más profundo del corazón, pero no encuentra tranquilidad, porque la duda renace en su alma: ella rompió el noviazgo, ella fue el motivo de su infelicidad, su orgullo anheló lo insólito. Siente entonces remordimiento, pero no tiene tranquilidad, porque inmediatamente su conciencia le dice que ella es inocente: fue él quien, consciente de su engaño, sugirió esa conducta a su alma. 

Al fin odia, su corazón encuentra consuelo en la meditación, pero ella no encuentra tranquilidad, porque vuelve a hacerse reproches: reproches por haberlo odiado, reproches porque ella, aunque engañada por la astucia de él, se siente siempre culpable. Grave le resulta el engaño de él, pero aún más grave, nos atreveríamos a decir, fue la reflexión que él despertó en ella, su desarrollo estético, de tal forma que ella ya no puede prestar humildemente oído a una sola voz, sino varios discursos a la vez. 
Cuando en su alma se despiertan los recuerdos, ella olvida culpa y pecado, para evocar tan sólo los instantes de felicidad, y volviendo a caminar por los momentos felices se deja embriagar por una exaltación innatural. En tales momentos ella no sólo lo recuerda, sino lo evoca con una clair-voyance que demuestra hasta qué punto ella ha quedado plasmada. 

En una ocasión me escribió una nota en la que se expresaba así acerca de él: -Unas veces él era tan espiritual, que yo, como mujer, me sentía anonadada; otras, tan impetuoso, apasionado y seductor, que casi temblaba ante él. A veces parecía que yo le resultaba una extraña, mientras en otro momento se abandonaba por completo en mis brazos, pero, luego, al abrazarlo, de repente desaparecía completamente y yo abrazaba simplemente unas nubes. Antes de encontrarlo, ya conocía yo esa frase, pero sólo él me enseñó su significado, y cuando la empleo siempre pienso en él, pues creo que es capaz de conocer cada uno de mis pensamientos. Desde mi infancia amé la música: él era un maravilloso instrumento, siempre afinado,rico en tonos como ningún otro. Todos los sentimientos y estados de ánimo estaban fundidos en él; poseía fuerza y delicadeza en el sentir; ningún pensamiento le resultaba demasiado elevado, ninguno excesivamente arriesgado. Sabía enfurecerse como una tormenta de otoño, pero también susurrar imperceptiblemente. 
No le dirigí una palabra que no buscara un efecto en él, pero no soy capaz de decir si él lo captó, porque me era imposible conocer el efecto surgido. Con un indescriptible, aunque misterioso y bienaventurado sentido de angustia, escuchaba esa música que yo misma evocaba y que, sin embargo, no evocaba.


Una música, con cuya dulce armonía él siempre sabía arrastrarme...



1 comentario:

  1. Creo que esto es lo más importante del texto:

    A un hombre así no siempre habría que llamarlo criminal, porque a menudo le engañan sus propias intrigas y recibe un castigo mucho más terrible que un verdadero delincuente; pues, en realidad, ¿qué es el dolor de la expiación comparado con este delirio consciente?

    Me gusta mucho, como tú y tus violetas :D

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